Biografía

Miguel de Cervantes y Saavedra
(Alcalá de Henares, 1547- Madrid, 1616).
Linaje de Cervantes

El linaje de los Cervantes se remonta al siglo XI durante el reinado de Alfonso VII, cuando Alfonso Nuño se distinguió en la lucha contra los moros, en campañas tan efectivas como fueran las del Cid Campeador cincuenta años antes, durante el reinado de Alfonso VI.

En recompensa por sus esfuerzos y triunfos, el Rey Alfonso VII concedió a Alfonso Nuño la alcaldía de Toledo y extensos terrenos alrededor de dicha ciudad, en uno de estos terrenos, a unas dos leguas (10 Km.), construyó un castillo que llamó «Cervatos», ya que era descendiente directo de la cuna de «Cervatos» en el norte de Castilla la Vieja, bordeando con León y Asturias.

Tras la muerte de Alfonso Nuño, en una batalla en 1143, el castillo pasó como herencia a su hijo mayor, Alfonso, quien de acuerdo con las costumbres de entonces decidió adoptar como apellido el nombre de su territorio (Cervatos) junto al de su familia. A su muerte, su hijo mayor, Pedro, heredó el castillo y siguiendo el ejemplo paterno continuó usando el apellido Cervatos.

Cualquiera que visite Toledo puede fijarse en las ruinas de dicho castillo en la cumbre del monte, encima del sitio donde el puente de Alcántara cruza el acantilado del Río Tajo. Las ruinosas paredes del castillo hacen un admirable contraste con el Alcázar de Toledo remontándose sobre los tejados de la ciudad, en el otro lado del acantilado.

El hermano menor de Pedro, Gonzalo, no estando de acuerdo con que su hermano se adueñara del castillo y del nombre, que aunque tomado del castillo era también su nombre de cuna, y el de las antiguas posesiones territoriales en Castilla la Vieja, y para diferenciarse, cambió su apellido a «Cervantes».

Gonzalo y, aparentemente, su hijo, siguieron al Rey Fernando III en la gran campaña contra los moros durante los años 1236-48 durante la cual rescataron para los cristianos las ciudades de Córdoba y Sevilla, acorralando a los moros en el Reino de Granada. Entre los descendientes de Gonzalo, algunos se casaron con miembros de varias familias de la nobleza española, y entre los descendientes de éstos hubo soldados, magistrados, abogados y dignatarios de la Iglesia.

De la parte de la familia Cervantes que quedaron en Andalucía, Diego de Cervantes, comandante de la Orden de Santiago, se casó con Juana Avellaneda y Saavedra, tuvieron varios hijos. Uno de ellos fue Juan, y uno de los hijos de éste, Rodrigo, se casó con Doña Leonor de Cortinas, de cuyo matrimonio nacieron varios hijos, entre ellos Miguel, nuestro autor.

Poeta, novelista y dramaturgo, considerado como el más grande escritor español de todos los tiempos, y uno de los mejores escritores universales. Su obra más conocida, El Quijote de la Mancha , ha trascendido todas las fronteras y todas las culturas.

No existe ningún documento completamente digno de fe que nos permita conocer la verdadera apariencia física de Cervantes. El retrato más fidedigno que se conoce de Miguel de Cervantes se debe a su propia pluma, con la que trazó su «rostro y talle» en el prólogo a las Novelas ejemplares :

«Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha , y del que hizo el Viaje del Parnaso , a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria».

Miguel de Cervantes fue bautizado el 9 de octubre de 1547 (se ha encontrado su acta bautismal), en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, de Alcalá de Henares, donde nació posiblemente el día 29 de septiembre, día de San Miguel. El año 1547 no es un año cualquiera (en realidad, ninguno lo es) porque ese año mueren Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra, y es el año en que el emperador Carlos V, vencedor en la batalla de Mühlberg contra los príncipes protestantes alemanes, se encuentra en el momento de su máximo poder.

Miguel de Cervantes era el cuarto hijo del matrimonio del hidalgo Rodrigo de Cervantes (a quien Américo Castro consideraba un converso, aunque la cuestión no está clara) con Leonor de Cortinas. El padre era cirujano-barbero, profesión de escasos ingresos y baja consideración social. Las estrecheces económicas, en las que sin duda se crió nuestro autor, forzaron a su padre a emprender un vagabundeo por Valladolid (donde se hallaba la Corte), Córdoba y Sevilla en busca de mejor suerte, nunca conseguida, sin que sepamos a ciencia cierta si su prole lo acompañó en sus viajes o no. En Valladolid, la familia Cervantes se establece en el barrio del Sancti Spiritus, pero las deudas contraídas llevan al padre a la cárcel y provocan el embargo de todos sus bienes.

Si nuestro Cervantes acompañó a su padre, podría haber aprendido sus primeras letras en un colegio de la Compañía de Jesús de esas localidades (tras el fracaso de Valladolid, el padre de Cervantes fue a Córdoba y es posible que el futuro escritor asistiese al colegio jesuítico de Santa Catalina), e incluso haberse aficionado al teatro -una vocación que no abandonaría jamás- bajo la tutela del padre Acebedo.

A finales de 1564, el padre de Cervantes se instala en Sevilla como regente de unas casas de alquiler, sin que sepamos tampoco si su familia lo acompaña o no. Pero nuevas deudas le obligan a abandonar la ciudad en unos dos años. Es en este momento donde cabe conjeturar la asistencia de Miguel al colegio de los jesuitas, donde habría tenido al ya citado padre Acebedo como maestro y a Mateo Vázquez, luego secretario de Felipe II, como condiscípulo. En 1565 Luisa Cervantes ingresa en el convento de Alcalá. Desde 1566, Rodrigo Cervantes se halla establecido con su familia en Madrid, iniciando por esos años el joven Cervantes su carrera literaria gracias a Alonso Getino de Guzmán, organizador de espectáculos de la capital con quien Rodrigo andaba metido en negocios: su primera obra, en 1567, es un soneto dedicado a la reina («Serenísima reina, en quien se halla»), con motivo del nacimiento de la infanta Catalina Micalea, la segunda hija de Felipe II e Isabel de Valois. En 1568, Cervantes estudia con Juan López de Hoyos, nombrado rector del “Estudio de la Villa” el 12 de enero, quien le encarga cuatro poemas destinados a la “Relación oficial de las exequias” celebradas con motivo de la muerte de Isabel de Valois. En estos años, el joven Cervantes debió estar en contacto y mantener amistad con poetas como Pedro Laynez o Gálvez de Montalvo.

Esos tempranos inicios poéticos se vieron truncados casi en sus comienzos, pues a finales de 1569, encontramos al joven escritor instalado en Roma como camarero del cardenal Giulio Acquaviva, al que serviría durante un tiempo (año y pico) para iniciar pronto su carrera militar. Allí tuvo Cervantes ocasión de familiarizarse con la literatura italiana del momento, tan influyente en su propia obra.

¿Qué hace de repente nuestro joven escritor en Roma? Una explicación de este brusco cambio de escenario estaría en una provisión real (encontrada en el siglo XIX en el Archivo de Simancas), fechada en septiembre de 1569, en la que se ordenaba el apresamiento de un joven estudiante homónimo de nuestro autor por haber herido en duelo al maestro de obras Antonio de Sigura. Según el contenido del documento, el culpable fue condenado en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano y a ser desterrado del Reino por 10 años. Fuese o no nuestro Miguel el autor de dicha herida en duelo, quizá escuchó el consejo de alguno de sus parientes y se decidió a pasar un tiempo en Roma.

Cervantes abandonó el ambiente pontificio en 1570, para entrar en el servicio militar, entonces absolutamente voluntario, en el que desde luego no le sonreiría nunca la fortuna. Se alistó primero en Nápoles a las órdenes de Álvaro de Sande, para sentar plaza después, con toda seguridad, en la compañía de Diego de Urbina, del tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría en la galera “Marquesa”, junto con su hermano Rodrigo, para combatir, el 7 de octubre de 1571, en la batalla naval de Lepanto. Aunque en aquellos días sufría de fiebres, luchó con valor (“más quería morir peleando por Dios e por su rey”), pues recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que se la dejaría inutilizada para siempre. No es extraño que fuera herido, ya que el puesto de combate que se le asignó, a popa del navío, era particularmente peligroso. A cambio de la herida en la mano, quedaría inmortalizado como “El manco de Lepanto” y conservaría hasta su muerte el orgullo de haber participado en “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, como él denominaba a la batalla de Lepanto.

Ya recuperado de sus heridas en Mesina, en 1572 se incorporó a la compañía de don Manuel Ponce de León, del tercio de don Lope de Figueroa, dispuesto a seguir como soldado, pese a tener una mano lisiada. Participó en diversas campañas militares en los años siguientes (Ambarino y La Goleta, por ejemplo), pasando gran parte de su tiempo en los aburridos cuarteles de invierno de Mesina, Sicilia, Palermo y Nápoles. Cansado de tal modo de vida, unos tres años después Cervantes decide regresar a España, no sin obtener antes cartas de recomendación del propio don Juan de Austria y del duque de Sessa, reconociéndole sus méritos militares, con intención de utilizarlas en la Corte para obtener algún cargo oficial. Así, en 1575 embarca en Nápoles, junto con su hermano Rodrigo, en una flotilla de cuatro galeras que parten rumbo a Barcelona, con tan mala suerte que una tempestad las dispersa y precisamente “El Sol”, en la que viajaban Cervantes y su hermano, es apresada, ya frente a las costas catalanas (no lejos de Cadaqués), por unos corsarios berberiscos al mando del renegado albanés Arnaut Mamí. Los cautivos son conducidos a Argel y Miguel de Cervantes cae en manos de Dalí Mamí, apodado “El Cojo”, quien, a la vista de las cartas de recomendación del prisionero, firmadas por el gran capitán mediterráneo Juan de Austria, fija su rescate en 500 escudos de oro, cantidad prácticamente inalcanzable para su familia.

Así se inicia el periodo más terrible de la vida de Cervantes: cinco largos años de cautiverio en las mazmorras o baños argelinos, que dejarían una huella indeleble en la mente del escritor:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Quijote, II, 58).

La idea de libertad alimentaría numerosas páginas de sus obras, desde La Galatea al Persiles , pasando por El capitán cautivo del primer Quijote, y sin olvidar El trato de Argel ni Los baños de Argel . Cervantes intentó escaparse en varias ocasiones, sin éxito. En 1576 intenta fugarse por primera vez y huye con otros dos cristianos rumbo a Orán, pero el moro que los guiaba los abandona y no les queda más remedio que regresar a Argel. En 1577 se produce el segundo intento: Cervantes se encierra con otros catorce cautivos en una gruta del jardín del alcalde Hasán, donde estarán cinco meses esperando a que su hermano Rodrigo, rescatado poco antes, acuda a liberralos. Pero un renegado apodado “El Dorador” los traiciona y son sorprendidos en la gruta: Cervantes, valerosamente, se declara único responsable, lo que le supone ser cargado de grillos (no precisamente de los que hacen cri-cri) y conducido a las mazmorras. En 1578, tercer intento. Nulo. Cervantes envía a un moro con unas cartas dirigidas a don Martín de Córdoba, general de Orán, para que les envíe algún espía que los saque de Argel. Pero el moro es detenido (y luego empalado) y Hasán ordena que se den 1000 palos a Cervantes. Evidentemente, el castigo no se cumplió. Cuarto intento: Cervantes intenta armar una fragata en Argel par luego alcanzar España con unos sesenta pasajeros. Pero una denuncia de Juan Blanco de Paz (que había sido fraile dominico) estropea el proyecto y Cervantes, que una vez más se hace responsable de todo, se entrega a Hasán, quien le perdona la vida (bueno, por lo menos es seguro que este Hasán era un hombre paciente) y lo encarcela en sus baños.

Después de tantos intentos fallidos (más que Platón intentando establecer un gobierno ideal en Siracusa), el 19 de septiembre de 1580, cuando Cervantes está a punto de partir hacia Constantinopla con la flota de Hasán, los trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella, con las monedas obtenidas de sus recorridos pedigüeños por la geografía española, pagan el rescate y Cervantes queda en libertad. El 27 de octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia): su cautiverio ha durado cinco años y un mes.

Cervantes pretendió largo tiempo algún puesto oficial, especialmente en América, a donde quería viajar. En 1581 fue a Orán, en misión desconocida, y luego a Lisboa, a dar cuentas al gobierno de Felipe II. Sigue empeñado en un puesto en América, y así en 1582, dirige una solicitud a Antonio de Eraso, que le es denegada. Nunca le fueron recompensados sus méritos militares.

Dedicado de lleno a las letras, en el mundo literario del Madrid de finales del siglo XVI, mantiene relaciones amistosas con las más altas plumas de la época: Laýnez, Figueroa, Padilla… y se dedica a redactar La Galatea (donde figuran como personajes buena parte de estos autores), que vería la luz en Alcalá de Henares, en 1585. Sigue también muy de cerca la evolución del teatro, acelerada por el nacimiento de los corrales de comedias, y se empapa de las obras de Argensola, Cueva, Virués, etc., llevando a cabo una actividad dramática muy fecunda no ajena al éxito:

«Compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas» , dice en el Prólogo a Ocho comedias .

De ellas se conservan El trato de Argel (inspirado en los recuerdos del cautiverio argelino), La Numancia y, si admitimos su paternidad, la recién atribuida Conquista de Jerusalén . También conocemos un contrato firmado en 1585 con Gaspar de Porres, referente a dos piezas perdidas: El trato de Constantinopla y La Confusa . Ante la imposibilidad de obtener algún cargo público, Cervantes parece ya definitivamente enfocado hacia la literatura, aunque su vida todavía dará muchas vueltas.

En 1584 Cervantes mantiene relaciones con Ana de Villafranca, o Ana Franca de Rojas, de quien nacería la única descendencia de nuestro autor: Isabel de Saavedra. Después, Cervantes viaja a Esquivias para entrevistarse con Juana Gaitán, viuda de su amigo Pedro Laýnez, a intentar publicar sus obras. Allí conoce a Catalina de Palacios, con cuya hija de diecinueve años, Catalina de Salazar, contraerá matrimonio, teniendo Cervantes treinta y siete años, el 12 de diciembre. De momento, se instala con su esposa, pero poco después siguió con sus viajes y movimientos por el ancho mundo, que le llevaron a tener esposa de modo sólo nominal, pues hasta principios del siglo XVII no volverá a verse con ella.

En 1585 Cervantes firma un contrato con Gaspar de Porres, quien le entregará cuarenta ducados por dos piezas perdidas: El trato de Constantinopla y La confusa . Poco después, se publica la primera parte de La Galatea , dividida en seis libros, dirigida a Ascanio Colona e impresa en Alcalá de Henares por Juan Gracián, a costa de Blas de Robles. Ese mismo año muere su padre.

Desde principios de mayo de 1587 le vemos instalado en Sevilla, donde, al fin, obtiene, por mediación de Diego de Valdivia (Alcalde la Real Audiencia de Sevilla), el cargo de comisario real de abastos para la Armada Invencible. Más tarde sería encargado de recaudar las tasas atrasadas en Granada, habiéndole denegado una vez más el oficio en Indias que había vuelto a solicitar en 1590 (contaduría del Nuevo Reino de Granada, gobierno de Soconusco, contador de las galeras de Cartagena o corregidor de La Paz). Tan miserables empleos lo arrastrarían a soportar, hasta finales de siglo, un continuo vagabundeo mercantilista por el sur (Écija, La Rambla, Castro del Río, Cabra, Úbeda, Estepa, etc.), sin lograr más que disgustos, excomuniones de cabildos eclesiásticos, denuncias y algún encarcelamiento (Castro del Río, en 1592, y Sevilla, en 1597), al parecer siempre injustos y nunca demasiado largos. Como contrapartida, el viajero entrará en contacto directo con las gentes de a pie en caminos y posadas y aun con los bajos fondos, adquiriendo una experiencia humana magistralmente recreada en sus obras. A estos años pertenece la “Novela del cautivo”, intercalada en el primer Quijote (XXXIX-XLI).

En 1591 lo encontramos por Jaén, Úbeda, Baeza, Estepa, Montilla… Su ayudante, Nicolás Benito, es denunciado por abusos y Cervantes evade su responsabilidad gracias a la mediación de Pedro de Isunza. Pero Cervantes terminará en la cárcel de Castro del Río por venta ilegal de trigo, hasta que de nuevo la mediación de Isunza le deje en libertad.

Como dramaturgo, se compromete en 1592 con Rodrigo Osorio a entregarle seis comedias, que no cobraría si no resultaban de las mejores, entre las cuales se cuentan varias de las incluidas en el tomo de 1615; como novelista, redacta varias novelas cortas y, mucho más importante, esboza nada menos que la primera parte del Quijote y, quizá, el comienzo del Persiles . Su labor como comisario de abastos termina en 1593, coincidiendo con la muerte de su madre en octubre.

En 1594, Agustín de Cetina encarga al excomisario la misión de recaudar los atrasos de tasas del Reino de Granada. Cervantes acepta y vuelve a su tarea de recaudador, depositando el dinero en casa del banquero Simón Freire. Pero la mala suerte persigue al escritor-recaudador: la quiebra del banquero le enviará de nuevo a la cárcel, esta vez en Sevilla (allí podría haber esbozado el plan novelesco del Quijote u haber iniciado su escritura).

A comienzos del siglo XVII, Cervantes se despide de Sevilla por las mismas fechas en las que su hermano Rodrigo muere en la batalla de las Dunas, y sólo sabemos de él que anda dedicado de lleno a la escritura del Quijote . En 1604 se instaló en Valladolid (en el suburbio del Rastro de los Camareros, junto al hospital de la Resurrección), ciudad declarada nuevamente capital de España por Felipe III, con su esposa y numerosa parentela femenina: Andrea, Constanza, Magdalena, Isabel y la criada María de Ceballos.

A principios de 1605, de forma un tanto precipitada, ve la luz El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha , dirigido al duque de Béjar, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, a costa de Francisco de Robles, con un éxito inmediato y varias ediciones piratas (en Lisboa, Valencia y Zaragoza), por lo que Juan de la Cuesta inicia la segunda edición al poco tiempo. Cervantes vendió su obra por 1.500 reales y la tirada inicial fue de uno 1.600 ejemplares, que se vendían a 290,5 maravedíes. Este éxito se vería empañado por un nuevo encarcelamiento, ordenado sediciosamente por el alcalde Villarroel, motivado por el asesinato de Gaspar de Ezpeleta a las puertas de la casa de los Cervantes, en cuyo proceso la familia fue acusada de llevar vida licenciosa (el alcalde Villarroel se dejó llevar seguramente por la mala fama que envolvía a «las Cervantas»). Y el éxito también fue empañado porque Cervantes no ganó tanto dinero como debería a causa de las ya comentadas ediciones piratas (el “top manta” también existía en el siglo XVII). Y es que estas copias piratas eran muy frecuentes porque, por entonces, los derechos de una obra se obtenían para una zona determinada, por lo que se sacaba el libro en otros sitios sin necesidad de pagar. Como Cervantes tenía el privilegio de impresión para el Reino de Castilla, los reinos aledaños imprimían la obra más barata y luego la vendían en Castilla. Nuestro artista salía perdiendo.

La rápida difusión del Quijote , por cierto, explica por qué en 1614 se publicó una falsa “Segunda parte del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, impresa en Tarragona bajo el nombre, apócrifo, de Alonso Fernández de Avellaneda. No ha sido posible identificar quién fue en verdad este autor, aunque probablemente debió ser un literato mediocre con cierta cultura teológica que intentó simplemente conseguir un beneficio que la gran difusión de la obra le proporcionaría. Pero “candidatos” a la autoría de la falsa segunda parte del “Quijote” ha habido muchos, desde Lope de vega y Quevedo (en fin…) o, como dice Martín de Riquer, el aragonés Gerónimo de Passamonte, un personaje real que no salía demasiado bien parado en la primera parte de la obra (Cervantes lo habría incluido con el nombre ficticio de Ginés de Passamonte).

Tras la Corte (que vuelve a instalarse en Madrid), en 1606 viaja de nuevo y se queda a vivir en Madrid (en el barrio de Atocha y después en la calle Magdalena, cerca de la librería de Francisco Robles). Ese mismo año, su hija se casa con Diego Sanz, de cuyo matrimonio nace, al año siguiente, Isabel Sanz. Tras la muerte de Diego, Isabel se casa con Luis de Molina en 1608. En abril de 1609, preocupado ya por su salvación eterna, Miguel de Cervantes ingresa en la congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar, sin que sepamos si llegó a acatar las muy estrictas reglas que ésta imponía sus miembros: ayuno y abstinencia los días prescritos, asistencia cotidiana a los oficios, ejercicios espirituales y visita de hospitales. En octubre muere su hermana Andrea, seis meses después su nieta Isabel Sanz y, otros seis más tarde, Magdalena. En 1610, Cervantes intenta acompañar a Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, a su virreinato en Nápoles, pero Lupercio Leonardo de Argensola, encargado de reclutar la comitiva, lo deja fuera, lo mismo que a Góngora.

En julio de 1613, Cervantes ingresa como novicio en la Orden Tercera de San Francisco (como su mujer y sus hermanas), en la que hará los votos definitivos tres años después. Tras ocho años de silencio editorial desde la publicación de la novela que lo inmortalizaría, publica una verdadera avalancha literaria: Novelas ejemplares (1613), Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615) y la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615 también), anunciada por el autor al final de la primera. La lista se cerraría, póstumamente, con la aparición, gestionada por su mujer Catalina, de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), obra cortada por el patrón de la novela griega, exhumada por los humanistas del Renacimiento.

Enfermo gravemente de «hidropesía» (probablemente una diabetes, enfermedad sin remisión en aquella época) en 1616 se vio morir: el 18 de abril recibe los últimos sacramentos; el 19 redacta, «puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte», su último escrito: la sobrecogedora dedicatoria del Persiles . La noche del 22 al 23 de abril, poco más de una semana después que Shakespeare, el autor del “Quijote” fallece y es enterrado al día siguiente, con rostro descubierto y el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la calle de Cantarranas (actual calle de Lope de Vega). Los cofrades de la Venerable Orden Tercera de San Francisco tuvieron que pagar al escritor un entierro para pobres. Sus restos mortales se perdieron, dispersados a finales del siglo XVII durante la reconstrucción del convento. Su obra inmortal, no.

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